Reconocemos a un solo Dios; Padre, Hijo y Espíritu Santo. En Jesucristo se nos revelan, tanto a nosotros como a todos los pueblos, el amor, la misericordia y la gracia de Dios. En esta abundancia desbordante del amor de Dios descubrimos nuestro llamado al ministerio.
Juntos, proclamamos que «Jesús vivió, murió y resucitó; Jesús es el Señor». Deseamos que él sea el centro de nuestra vida individual y corporativa.
Nos esforzamos por imitarlo–en su identificación con los pobres, los que no tienen poder, los afligidos, los oprimidos y los marginados; en su interés especial por los niños; en su respeto a la dignidad que Dios ha concedido por igual a hombres y mujeres; en su desafío contra actitudes y sistemas injustos; en su llamado a compartir recursos mutuamente; en su amor por todas las personas sin discriminaciones o condiciones; en su ofrecimiento de una nueva vida mediante la fe en él. De él obtenemos nuestra comprensión integral del evangelio del Reino de Dios, el cual constituye la base de nuestra respuesta a la necesidad humana.
Escuchamos su llamado al servicio y observamos el ejemplo de su vida. Nos comprometemos a impregnar a la organización de un espíritu de servicio. Sabemos que esto significa encarar con honestidad nuestro orgullo, nuestro pecado y nuestros fracasos.
Testificamos de la redención prometida solamente por la fe en Cristo Jesús. El personal que contratamos posee la fe y la práctica para testificar de ello. Conservaremos nuestra identidad de cristianos siendo al mismo tiempo sensibles a los diversos contextos en los cuales expresamos esa identidad.